La vida nos observa y nos ofrece su belleza, sus incentivos y sus senderos, obstáculos o trampas evidentes u ocultas. De nosotros depende cómo vivirla. Como testigos o actores. Como abusadores o víctimas. Como controladores de nuestra propia identidad o destino. O como marionetas o veletas que se agitan sin control con los cambios de intensidad o dirección de los vientos…
Silenciarla a nosotros mismos o ante las demás personas. Mentir, distorsionar, disfrazar la realidad, o engañarnos a nosotros mismos o a los demás inconscientemente o a propósito. Por conveniencia propia. Para obtener ventajas o posicionarnos en situaciones desprovistas de rectitud, valentía, decoro y discernimiento.
El camino ancho de la complacencia y de las componendas usualmente se ve profusamente transitado por razón de la actitud equivocada que preferencia la tolerancia o el deseo de evitar a toda costa malos entendidos que precipiten el rechazo o la negación de pertenencia al ámbito y grupo social de cualquier naturaleza que sea al que aspiremos o sintamos el deseo de ser aceptados como miembros por derecho propio o conveniencia económica, social, emocional, espiritual, o de cualquier índole que la motivación nuestra sea.
En otras ocasiones, y por evitar las confrontaciones o las circunstancias adversas afirmamos como inevitable y necesario para la convivencia social el evadir enfrentar las injusticias, las discriminaciones, los abusos y las necesidades ajenas, enfilándonos en la marcha grupal de los renuentes a levantar su voz y definir posiciones.
Otras veces proclamamos como inevitable consecuencia la búsqueda y aceptación de soluciones neutrales, cobardes y evasivas, sin comprender que el confrontar las experiencias y aceptar sus consecuencias son el entramado natural del tejido de la vida, las que no deberían ser nunca evadidas u olvidadas para no caer en la humana estupidez de tropezar una y otra vez con las mismas piedras obstaculizantes en nuestro transitar vivencial individual y colectivo.
Pueda ser que “la componenda oportunista o la claudicación cobarde y pesimista” escondidas tras la afirmación claudicante de la necesidad del consenso y la unidad por razón de la convivencia, armonía, aceptación o progreso, sea la alternativa lógica y válida a nuestros ojos, o el lenguaje y la manera habitual de sobrevivir, escalar o asegurar posiciones en los ámbitos sociales en los que nos encontremos inmersos, ya sea por decisión o preferencia personal o por la fuerza de las circunstancias o presiones sociales a las que nos veamos expuestos.
Sin embargo, deberíamos estar siempre conscientes de que a pesar de todos los pretextos, las imposiciones, los silogismos intelectuales, emocionales, espirituales o conveniencieros, nuestra inclaudicable conciencia, aunque muchas veces a toda costa silenciada, continuará hasta el final de nuestros días proclamando que LA VIDA DEBERÍA SER UN EJERCICIO CONSTANTE DE RECTITUD, VALENTÍA Y DISCERNIMIENTO.
Porque sin importar las racionalizaciones, objeciones, claudicaciones, y oportunismos propios, o las vejaciones, abusos, imposiciones y castigos o condenas injustas de los poderosos de este mundo, sin la rectitud interna, inclaudicable, individual, y esperanzadoramente algún día colectiva, no podrá haber ni justicia, ni paz, tranquilidad, seguridad y gozo permanentes.
Porque sin la rectitud individual (integridad, identidad, auto-conocimiento y respeto), no podremos sacar fuerzas de nuestra debilidad o circunstancia personal, para decidir las acciones valientes, corajudas, osadas, determinantes, tras ser tamizadas, balanceadas y estructuradas por el discernimiento espiritual regidor de y en control de nuestro intelecto, emociones y preferencias materiales.
De no hacerlo así, hermanos, amigos, cohabitadores y participantes involuntarios o conscientes de esta presente debacle social que nos abruma, seguiremos girando en una espiral inútil de circunstancias, acciones y reacciones individuales, colectivas, o mutuas.
Nos sorprendimos grandemente al ver muchos de los restaurantes y negocios que conocimos entonces. Los mismos puestos de venta en el mercado, atendidos si por nuevas generaciones, pero con la misma paz y fortaleza que nos llamara la atención hace tantos años.
¡Qué contraste con las miradas duras, vacías, negativamente resignadas, agresivas o indiferentes, de las que he sido testigo en otros lugares y tiempos recientes!
Porque la vida es la misma en todas partes. La misma belleza, los mismos incentivos, similares placeres, similares oportunidades y recursos, similares senderos por los que transitar ya sea como actores o testigos, abusadores o víctimas.
De nosotros depende como vivirla, caminar o participar en su vital esencia, que es como un parque donde se entremezclan la belleza de la naturaleza misma y las creaciones del hombre.
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