Monday, February 7, 2011

¿DEBERÍA CONTINUAR CON MIS COMENTARIOS?

El tiempo vuela y ya estamos en el segundo mes de este nuevo año. El pasado Diciembre quería compartir un mensaje navideño lleno de optimismo y esperanza. Era un bellísima canción de alabanza al Divino Niño, el Salvador que había venido a nacer entre nosotros.

Pero las transparencias finales de la presentación del mismo hacían mella en mi espíritu, al hacerme recordar cómo hemos perdido nuestra inocencia temprana mientras cabalgamos persiguiendo los más absurdos sueños, modas y ficciones, tan universalmente desparramadas en todos los ámbitos de nuestras existencias, por las voces y pantallas manipuladoras de los omnipresentes medios de comunicación, hoy en día.

Las palabras insistentes eran las siguientes: “Corre caballito” evoca toda aquella inocencia de nuestra infancia donde un simple palo de escoba se convertía en nuestra imaginación en un brioso caballo que nos llevaba a mundos de fantasía.

Y que mejor momento que la navidad para ir cabalgando a ese Belén de cerros de papel, casitas de cartón y corcho, pozos de espejos llenos de patitos nadando para ver al niño Jesús, cuando nos dormíamos temprano el 24 para despertar y ver aquellos regalos que le pedíamos en nuestras cartas.


Quería finalizar el mensaje con el más sincero deseo que brotaba desde el fondo de mi corazón, deseando paz y felicidad para todos en el año venidero. Pero se me hacía difícil el hacerlo por la inquietud que me agobiaba. Algunos comerciales que utilizaban las caritas de querubín de algunos niños me lo impedían porque me hacían darme cuenta de la tan cruda manipulación de los niños que todavía se esconden en los rincones más recónditos del ser humano.


La inocencia publicitada, que proclamaba como inherente y lógica la búsqueda de la paz y la felicidad, inevitablemente terminaba promoviendo la pérdida de la misma inocencia utilizada, mientras aparentemente perseguía tan innegables y valiosos propósitos.
Porque lo basaban tan solo en las metas y motivaciones materialistas que están en la actualidad consumiendo nuestra imaginación y entereza.


Lo que más irritaba a mi conciencia era la incesante exhortación a vivir en un imaginario estado de mente orientado a la acción encaminada a satisfacer todo tipo de apetencias, sumergiéndonos en un alucinante y subliminalmente hipnotizante mundo de artificios.

Porque la vida no es como nos la presentan. En la vida nunca obtenemos nada sin pagar el precio o sufrir las consecuencias de las decisiones apresuradas, irreales o irrazonables.

Pero… hoy en día todo es referido a los derechos, lo que es bueno, pero no cuando las responsabilidades son excluidas, y reemplazadas, por lo que se ha venido a identificar como tolerancia de las escogencias humanas, independientemente de cuan absurdas, contra natura o pervertidas que ellas sean.

Consecuentemente, todo se trastorna y las actitudes intolerantes y coléricas, y los puños amenazadoramente levantados reemplazan el espacio que deberían llenar la integridad y la ética, en ambos extremos de la ecuación social, los niveles superiores e inferiores de la misma, los abusadores y los abusados, convirtiendo a ambos en los perpetuadores del caos social y del ambiente artificial e irreal, que están asfixiando a las sociedades hoy en día.

Cada quien espera que la vida provea y continúe proveyendo todo lo que se pueda antojarse a la imaginación humana, eliminando todo impulso que lleve al respeto mutuo y al agradecimiento.

Y esto está soberbiamente expresado en la fábula del árbol y del, alguna vez, niño amigo, cuyas frases detallo a continuación, tras haberla recibido, como regalo divino, para sacarme del marasmo espiritual en que me veía sumergido.

EL ÁRBOL DE MANZANAS. Era muy frondoso y el niño gozaba jugando a su alrededor y subiéndose a sus ramas, hasta llegar a su cima. Se amaban mutuamente, pero el niño creció, dejó de jugar, y se ausentó cierto día.

Tiempo después regresó y el árbol alegremente le preguntó… ¿vas a jugar nuevamente conmigo? El jovencito le dijo que ya no era un niño y tan solo quería dinero para comprarse los juguetes que ahora le gustaban.

El árbol le dijo que tomara sus manzanas, y las vendiera para tener el dinero para sus juguetes. El jovencito vendió las manzanas, compró sus juguetes y el árbol se alegró. Pero el joven se marchó sin mirar atrás, dejando al árbol nuevamente inmerso en soledad y tristeza.

El joven se hizo todo un hombre. Cierto día acertó a pasar cerca del árbol, y éste le preguntó… ¿Has venido esta vez a jugar conmigo? El hombre contestó: No tengo tiempo para juegos. Tengo que trabajar para construir una casa para mi esposa y mis hijos.

Lo siento mucho, dijo el árbol. No tengo casa para darte, pero puedes cortar mis ramas y construir así la casa. El hombre cortó todas sus ramas y se fue a construir su casa, sin regresar, a como ya antes lo había hecho. El árbol se quedó solitario y triste, nuevamente.

Un día de verano, ya hombre maduro, el hombre regresó. El árbol le preguntó… ¿Tienes tiempo, ahora, para jugar conmigo? El hombre contestó… estoy triste y me estoy haciendo viejo y me gustaría tener un bote para navegar. ¿Podrías darme uno? El árbol le dijo… Corta mi tronco y hazte uno para que puedas ser feliz y navegar. El hombre así lo hizo, tomó su bote y se fue a navegar un largo tiempo, sin mirar atrás, hacia el árbol ni siquiera una vez tan solo.

Después de muchos años finalmente regresó y el árbol le dijo… Verdaderamente lo siento. Ya no tengo manzanas para darte. El hombre replicó… ya no tengo dientes ni fuerzas. Ya estoy realmente viejo.

Derramando lágrimas el árbol, entonces, le dijo… realmente ya no tengo nada más quedarte a excepción de mis raíces. El hombre, cansado, le respondió diciendo… ya no necesito mucho ahora. Tan solo un lugar para descansar.



Aparentemente aquí termina la fábula. Con un viejo buscando tan solo un lugar para descansar después de haber desperdiciado toda su vida persiguiendo arco írises, fracaso tras fracaso, ya que sus años de navegante no muestran ningún signo de compartimiento familiar.

Aparentemente, de nuevo, justamente el final del camino para los más viejos que no comparten estos modernos valores o fracasaron en sus intentos por disfrutar el entusiasmo de obtener sin reparar en los costos o los daños causados.

Algunos intercambios de opiniones en relación a la tolerancia y aceptación de las modernas desviaciones morales, cuando he expresado mis diferencias y preocupaciones, me han tentado a sentirme como un viejo adivino de tragedias gritando “viene el lobo” entre las dunas.

Ha habido momentos en que me he sentido inclinado a tan solo vivir calladamente, no pacíficamente sino que al precio de dejar que las cosas que encuentro ilógicas o indeseables, se vayan por las alcantarillas, tales como los niños tiránicamente exigiendo cosas a sus padres, o peor aún, padres más que dispuestos a consentirlos para mostrar a través de ellos la errónea actitud de vivir más allá de sus posibilidades o necesidades verdaderas.

Y así estos dos últimos meses fueron transcurriendo sin haber podido arribar a una decisión definitiva sobre si continuar o interrumpir mis comentarios.

Gracias a Dios, este mensaje sobre el árbol de manzanas al arribar catalizó mis sentimientos, por sus acertadas referencias a sus frutos, ramas, troncos y finalmente sus raíces y a egoísta utilización de los recursos ofrecidos por parte de los que se creen con derecho a ellos, sin tener que agradecer lo recibido tan generosamente.

La imagen final del árbol ofreciendo lo único que de vida le quedaba, sus raíces, me hizo recapacitar nuevamente en tres cosas, fundamentales, vitales y tan reales como la vida misma.

Una es que sin importar cuán desagradecidos podamos ser Dios siempre nos reservará un lugar de descanso, aunque sea hecho de las raíces desgarradas de los troncos cortados para nuestra conveniencia.

La otra es que sin importar nada de aquello por lo que hayamos padecido o cuán misérrimo y escuálido pueda ser nuestro actual equipaje, siempre tendremos un consejo que dar para el bienestar de los que nos rodean.

Y la tercera, la final y la más importante de las tres es que si hemos vivido con la transparencia y la integridad como parámetros y reglas fundamentales de nuestras creencias y conducta, nunca nos veremos derrotados y desperdiciados como el árbol pudiera parecernos, aún cuando temporalmente nos veamos pisoteados por los abusos de los poderosos de este mundo… si hemos compartido todo lo que estaba a nuestro alcance y compartido generosamente.

Porque nos veremos regenerados cuando más destrozados nos sintamos y será una realidad en nuestras vidas las promesas que El nos ha ofrecido en el Salmo Primero, Versículos uno al tercero: Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios, sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día. Ese hombre es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas.

La frescura y el optimismo de los mensajes que usualmente recibo de mis amigos, se transformaron, nuevamente, en las vigorizantes brisas que refrescan el espíritu, y no en las ventiscas y las tormentas de nieve que paralizan nuestro usual manera de vivir hoy en día.

Esta fábula del árbol generoso es una interesante lección sobre las maneras de llegar a las últimas etapas de nuestras vidas. Esperemos que nuestra vida no termine como una vida fracasada sin otros caminos que transitar que las debilitadas y frustradas maneras de aceptar lo que nos salga al paso.

Nos muestra las oportunidades postreras de sacar provecho de los errores pasados y mostrar a los más jóvenes como evitarlos. Las raíces del árbol, nuestras experiencias, son el mejor lugar en donde refugiarnos, los ya ancianos, para el descanso y el acopio de fuerza para compartirlas con los más jóvenes.

Por lo tanto… Venid. Siéntense conmigo, rían o lloren al escuchar o leer mis comentarios, ustedes los más jóvenes, y mientras descansan, ustedes los ya ancianos. Esperemos que las experiencias compartidas sean asimilados, y que los valores fundamentales del amor, la integridad, la ética del trabajo honrado en todos los niveles sociales, la gratitud y el respeto, sean parte intrínseca, nuevamente, de la conciencia y reconocimiento de los conglomerados sociales, cualesquiera que ellos sean.