Wednesday, August 27, 2008

Nada mejor que lo ideal convertido en la realidad que debiera ser. La vida debería ser un ejercicio constante de rectitud, valentía y discernimiento.

Al analizar el espectro total de los conflictos en cualquier sociedad que queramos considerar, podemos hacerlo partiendo de lo macro a lo micro social, o de lo más complejo a lo más simple. Pero para efectos de este análisis la premisa básica es que todo comienza en el individuo ubicado dentro de su ambiente familiar específico influenciado a su vez por su entorno inmediato comunal.

Cualquier cambio estructural, progreso, recesión, negación, componenda, percepciones y actitudes en relación a los valores individuales y familiares afectarán inevitablemente a la comunidad circundante y a todo el entramado social de factores materiales y conceptos espirituales vigentes, generando las correspondientes percepciones y conductas colectivas.

Existe otra innegable premisa. Cada cultura posee su particular matriz que determina la naturaleza y conducta del individuo y su entorno familiar. Lógicamente habrá similitudes entre las diferentes sociedades pero siempre existirá una específica y definida matriz en la sociedad particular en la que nos encontremos inmersos, ya sea por nacimiento y vivencia local por aferramiento natural al terruño o por adopción por razón de migración voluntaria o forzada por circunstancias usualmente económicas y/o políticas.

Estas similitudes lógicamente también deberán ser analizadas con el máximo respeto, sobre todo si decidimos involucrarnos en esfuerzos o proyectos humanitarios ya sea desde el punto de vista meramente social o del de los sectores y organizaciones profundamente comprometidas a desarrollar los más diversos e imaginables esquemas de proselitización, evangelización, educación, protección o ayuda.

Si este es nuestro caso, entonces es imperativo para que nuestras acciones no sean tan solo flor de un día que desfallezca o muera al no contar ya más con nuestra presencia y recursos, es imperativo, repito, y por razón de nuestro aporte, el evitar la imposición de nuestras propias y naturales predisposiciones y prejuicios nacidos en el seno de nuestro particular entorno cultural, social y económico.

La premisa final consecuentemente habrá de ser que todas las similitudes, diferencias, conflictos y retos, solidaridades y apoyos deberán ser mutuamente respetuosos, cediendo tan solo a lo superior a cualquier conglomerado social o conjunto de circunstancias materiales, constituido no por las interpretaciones particulares y con frecuencia intolerantes y restrictivas de los designios de nuestro Creador expresados en la prístina belleza de la naturaleza y nuestros subyacentemente positivos impulsos espirituales, emocionales e intelectuales, tanto en el ámbito individual como en el social y colectivo.

Mi enfoque particular, y no hay razón para negarlo o disfrazarlo, es el cristiano, al que llegué a través de un doloroso peregrinar desde el análisis profesional de los conflictos sociales como miembro de una clase dirigente, hasta el peripatético deambular entre el cúmulo de apremiantes y lacerantes necesidades y carencias de las clases más necesitadas no solo de mi nativo solar sino de todas las sociedades que nos dieron acogida, protección y solaz en las últimas tres décadas.

Pero no se necesita ser cristiano o haber sufrido en carne propia las vicisitudes de la vida. Basta y sobra con tener valores y hombría, generosidad y desapego por las burdas componendas circunstancialmente oportunistas.

En otras palabras, basta y sobra con ser un hombre o una mujer de bien, con los pies bien plantados en la tierra, y la mente y el espíritu más allá de las nubes del horizonte desconcertante de las circunstancias, controlando efectivamente nuestras cambiantes y manipulables emociones, preferencias y prejuicios.

Para ser específico, y siendo nicaragüense por nacimiento, aunque uno expuesto a diferentes costumbres y modos de ser de diferentes y variados conglomerados sociales, trataré de analizar nuestro nativo entorno comenzando por lo que podríamos definir como los deseados y valiosos estándares de comparación necesarios para enfrentar las distorsiones sociales que están afectando a nuestras más jóvenes generaciones presentes.

Me referiré a lo que ha sido y sigue siendo considerada la estructura y conducta de la tradicional familia nicaragüense. El modelo y la conducta que hemos tratado de imprimir en el corazón, la mente y el espíritu de los niños que fueron encomendados a nuestro cuidado y protección en los últimos seis años y en el de los colaboradores que nos acompañaron e hicieron más agradable y provechosa tan especial experiencia.

Nuestro deseo fue el de hacerles sentir que tenían todo el derecho a vivir como nuestros propios hijos y nietos, en un ambiente armonioso de clase media, no por afluencia económica, sino por solidez, amor, cuidado, protección y aceptación respetuosa y mutua.


Ello nada tiene que ver con la abundancia material o las carencias y necesidad insatisfechas.
Los valores y las estructuras fundamentales y sólidas no dependen de o se ven inevitablemente destruidas por estos extremos de la ecuación social o de los conflictos al parecer insolubles de los tiempos presentes.


Lo he dicho y lo he repetido una y otra vez. Puede existir un más sólido fundamento en un humilde hogar, donde el piso de tierra bien apisonado y limpio y los enseres humildes son testigos de un verdadero y floreciente amor, cuidado y protección mutua, que en el ámbito majestuoso de mansiones donde el consumismo, la conveniencia, el apetito desmedido y la ambición impregnan el corazón de sus habitantes, insensibilizan sus espíritus y distorsionan negativamente los mecanismos de sus mentes.

El concepto de familia que recuerdo constantemente con profundo aprecio, nostalgia y sentimiento, es aquella donde los lineamientos de la autoridad y el respeto, la aceptación y comprensión mutuas, y las claramente definidas formas de aceptable comportamiento, eran las reglas fundamentales de la vida. Una familia nuclear en la cual cada quien estaba seguro de contar con los demás para el consejo y el estímulo, la protección y el apoyo.


Donde el trabajo y la fidelidad a la palabra dada o comprometida eran la más cumplida expresión de los sentimientos y creencias personales con una influencia y decisión superior a cualquier imposición social o ley coercitiva.

Donde la mujer era respetuosamente amada y el varón era enseñado a incrustar en sí mismo el concepto integral y el apego total a los preceptos de la responsabilidad, trabajo honesto y concienzudo, provisión y apoyo, y lo afirmo nuevamente, el respeto muto natural y omnipresente

Es en relación a estos parámetros que deberíamos comparar y analizar los conflictos, abusos y fracasos sociales presentes. Es prioritario y fundamental el enfatizar la inevitabilidad y esencialidad de los valores que propiciarán nuestra restauración y desarrollo armónico e integral como individuos, familias, comunidades y sociedades o naciones.

Y ustedes, niñas y mujeres abusadas… tened la seguridad de que tendrán una segunda oportunidad en la vida. PERO… ¡Respétense a ustedes mismas! ¡Aprendan a escoger y no a ser escogidas! ¡No se resignen con lo que ustedes estimen que no es bueno, sino que tan solo lo que está a la mano! ¡No aceptéis que otros se sientan con derecho indebido sobre sus personas y destinos! ¡Rechacen y superen la racionalizada aceptación de contentarse con lo que es inferior a lo legítimamente deseado, simplemente porque es lo único que ofrecen las circunstancias presentes! ¡El abuso tan solo afecta temporalmente a tu íntimo ser, a no ser que ustedes claudiquen en su esfuerzo por superarlo y superarse!

Tuesday, August 26, 2008

La vida debería ser un ejercicio constante de Rectitud, Valentía y Discernimiento


La vida nos observa y nos ofrece su belleza, sus incentivos y sus senderos, obstáculos o trampas evidentes u ocultas. De nosotros depende cómo vivirla. Como testigos o actores. Como abusadores o víctimas. Como controladores de nuestra propia identidad o destino. O como marionetas o veletas que se agitan sin control con los cambios de intensidad o dirección de los vientos…

Recientemente un amigo me envió una serie de mensajes de ánimo, reflexión y en uno de ellos me impactó sobremanera la afirmación siguiente… “Silenciar la verdad es peor que mentir o aceptar o hacer propias las mentiras”

Silenciarla a nosotros mismos o ante las demás personas. Mentir, distorsionar, disfrazar la realidad, o engañarnos a nosotros mismos o a los demás inconscientemente o a propósito. Por conveniencia propia. Para obtener ventajas o posicionarnos en situaciones desprovistas de rectitud, valentía, decoro y discernimiento.

El camino ancho de la complacencia y de las componendas usualmente se ve profusamente transitado por razón de la actitud equivocada que preferencia la tolerancia o el deseo de evitar a toda costa malos entendidos que precipiten el rechazo o la negación de pertenencia al ámbito y grupo social de cualquier naturaleza que sea al que aspiremos o sintamos el deseo de ser aceptados como miembros por derecho propio o conveniencia económica, social, emocional, espiritual, o de cualquier índole que la motivación nuestra sea.

En otras ocasiones, y por evitar las confrontaciones o las circunstancias adversas afirmamos como inevitable y necesario para la convivencia social el evadir enfrentar las injusticias, las discriminaciones, los abusos y las necesidades ajenas, enfilándonos en la marcha grupal de los renuentes a levantar su voz y definir posiciones.

Otras veces proclamamos como inevitable consecuencia la búsqueda y aceptación de soluciones neutrales, cobardes y evasivas, sin comprender que el confrontar las experiencias y aceptar sus consecuencias son el entramado natural del tejido de la vida, las que no deberían ser nunca evadidas u olvidadas para no caer en la humana estupidez de tropezar una y otra vez con las mismas piedras obstaculizantes en nuestro transitar vivencial individual y colectivo.

Pueda ser que “la componenda oportunista o la claudicación cobarde y pesimista” escondidas tras la afirmación claudicante de la necesidad del consenso y la unidad por razón de la convivencia, armonía, aceptación o progreso, sea la alternativa lógica y válida a nuestros ojos, o el lenguaje y la manera habitual de sobrevivir, escalar o asegurar posiciones en los ámbitos sociales en los que nos encontremos inmersos, ya sea por decisión o preferencia personal o por la fuerza de las circunstancias o presiones sociales a las que nos veamos expuestos.

Sin embargo, deberíamos estar siempre conscientes de que a pesar de todos los pretextos, las imposiciones, los silogismos intelectuales, emocionales, espirituales o conveniencieros, nuestra inclaudicable conciencia, aunque muchas veces a toda costa silenciada, continuará hasta el final de nuestros días proclamando que LA VIDA DEBERÍA SER UN EJERCICIO CONSTANTE DE RECTITUD, VALENTÍA Y DISCERNIMIENTO.

Porque sin importar las racionalizaciones, objeciones, claudicaciones, y oportunismos propios, o las vejaciones, abusos, imposiciones y castigos o condenas injustas de los poderosos de este mundo, sin la rectitud interna, inclaudicable, individual, y esperanzadoramente algún día colectiva, no podrá haber ni justicia, ni paz, tranquilidad, seguridad y gozo permanentes.

Porque sin la rectitud individual (integridad, identidad, auto-conocimiento y respeto), no podremos sacar fuerzas de nuestra debilidad o circunstancia personal, para decidir las acciones valientes, corajudas, osadas, determinantes, tras ser tamizadas, balanceadas y estructuradas por el discernimiento espiritual regidor de y en control de nuestro intelecto, emociones y preferencias materiales.

De no hacerlo así, hermanos, amigos, cohabitadores y participantes involuntarios o conscientes de esta presente debacle social que nos abruma, seguiremos girando en una espiral inútil de circunstancias, acciones y reacciones individuales, colectivas, o mutuas.

En estos días mi esposa y yo estamos gozando de la paz del hogar de nuestro hijo mayor, Roberto, en la ciudad de Santa Tecla, El Salvador. La primera vez que la visitamos fue en 1987. Hace unos pocos días la invité a caminar y visitar su parque central y mercado, a como lo hicimos hace 21 años

Nos sorprendimos grandemente al ver muchos de los restaurantes y negocios que conocimos entonces. Los mismos puestos de venta en el mercado, atendidos si por nuevas generaciones, pero con la misma paz y fortaleza que nos llamara la atención hace tantos años.


¡Qué contraste con las miradas duras, vacías, negativamente resignadas, agresivas o indiferentes, de las que he sido testigo en otros lugares y tiempos recientes!



Ello me ha hecho meditar en el por qué y los cómos de las reacciones humanas ante la vida dependiendo de las acciones y reacciones individuales y colectivas en cada ambiente.

Porque la vida es la misma en todas partes. La misma belleza, los mismos incentivos, similares placeres, similares oportunidades y recursos, similares senderos por los que transitar ya sea como actores o testigos, abusadores o víctimas.

De nosotros depende como vivirla, caminar o participar en su vital esencia, que es como un parque donde se entremezclan la belleza de la naturaleza misma y las creaciones del hombre.





Friday, August 15, 2008

Protección versus el abuso… ¡Un dilema para los cristianos!

La necesidad de comprender la problemática que estamos enfrentando y lo que realmente deberíamos estar haciendo.
Recientemente me fue preguntado qué preferiría tener como motivación en mi vida. ¿El Corazón o La Mente de Cristo? El razonamiento detrás de la pregunta era que… si mi corazón estaba inmerso en el de Cristo, lógicamente me involucraría en acciones de misericordia por su amor a los niños oprimidos de este mundo.

Mi respuesta fue que me gustaría tener lo más que pudiera de ambas cosas, Su Corazón y Su Mente, ya que debido a las naturales limitaciones humanas podría fácilmente conformarme con tan solo una porción de alguna de ellas o de ambas dependiendo de las tendencias personales hacia lo emocional o al análisis lógico de las circunstancias propias y de todas las demás personas.

Por lo tanto podríamos sentir o auto convencernos que estaríamos dando lo mejor de nuestros esfuerzos para finalmente tan solo terminar haciendo algo de lo bueno en lugar de todo lo bueno que podríamos o deberíamos hacer.

Es muy fácil confundir los árboles circundantes con la foresta completa, o peor aún perder la visión
del firmamento y las estrellas ocultas por el denso follaje que consume nuestro esfuerzo, en el diario batallar por separar los arbustos y extirpar las malezas en la apertura de caminos que terminan siendo tan solo efímeros senderos que desaparecen y se pierden en la complejidad de los conflictos humanos a los que nos vemos enfrentados.

Peor aún, lo que puede suceder es que al no tener una adecuada comprensión de la problemática social y el entorno histórico y cultural de la sociedad en la que nos hemos involucrado, nos enamoremos de nuestras preferencias o nuestro particular y parcial entendimiento, o el de lo que los que patrocinan nuestros esfuerzos, o de lo que nos da satisfacciones inmediatas aunque no sean en realidad la verdadera o la inclusiva solución, ayuda o protección integral, adecuada a las causas reales de las circunstancias negativas que afligen a los que deseamos proteger, apoyar o aliviar en lo que estimamos es necesario o posible.

Es necesario analizar detenidamente el verdadero e inclusivo concepto del amor. Del amor dado y del amor recibido. Del amor a nosotros mismos y del amor a los que sufren o se encuentran afligidos, desvalidos y sin esperanza alguna más que la de sobrevivir a como dé lugar, aunque sea a costa de la autoestima o mínimo respeto a nosotros mismos.

Es indispensable tener en cuenta que ambos conceptos configuran la esencia misma y la eficacia del amor que daremos y el amor que recibirán aquellos que deseamos proteger aún de ellos mismos.

Cuando una persona, niña o niño, adolescente o adulto recibe amor motivado por, e impregnado del, deseo de fomentar ambas facetas, las circunstancias o las realizaciones, expresiones y obras materiales pierden importancia. Lo que importa es lo que das de tí mismo.

Porque se logra superarlas, optimizarlas o ubicarlas en su debida proporción en relación a su efecto interior, espiritual o emocional, por la creciente fortaleza interior que propiciamos se engendre y fortalezca la rectitud, el gozo y el crecimiento espiritual en aquellos a los que amamos de tal manera.

La más profunda e imperiosa necesidad de todo niño, adolescente y me atrevería a decir de todo adulto es el amar y ser amado en la forma adecuada, correcta y diseñada por el Creador de toda la naturaleza y de la especie humana.

Y esto en ninguna manera es el amor permisivo, institucional, excesivamente tolerante y débil ante las reacciones retorcidas de los que han estado inmersos en el abuso, dado o recibido, sufrido o infligido, al extremo de llegar a considerar una obligación de los demás el subsanar lo que equivocadamente consideran un derecho sin responsabilidad mutua alguna, ni mucho menos aprecio o agradecimiento.

Los enfoques equivocados o extremadamente laxos e inefectivos (aunque plenos de buenas intenciones que los sistemas sociales y desafortunadamente aún algunos supuestamente espiritualmente motivados, aunque sean en realidad esencialmente humanistas) proclaman y se empeñan en desarrollar proyectos sin tomar en cuenta la sabia realidad de lo que el Señor nos presenta y explica en la abundancia de los salmos y proverbios de las sagradas escrituras.

En realidad son muy pocos los que se deciden a exigir y muchos menos los que quieren aceptar la ineludible realidad de lo que el Señor afirma en Proverbios 3: 11 (No rechaces, hijo mío, la corrección del Señor, ni te disgustes por sus reprensiones; porque el Señor corrige a quien él ama, como un padre corrige a su hijo favorito).

Y esto se aplica no tan solo al que recibe sino también al que provee protección, ayuda o consuelo. Porque, debido a la casi infinita capacidad humana de racionalización y justificación extremas, es muy posible que tanto en el extremo receptor como el proveedor en la ecuación de la misericordia y ayuda bien se puedan suscitar reacciones negativas.

Por un lado la ingratitud y la exigencia del que recibe, como también por el otro lado el desarrollo de una potencial arrogancia u orgullo espiritual en el que imparte la misericordia o distribuye la ayuda, al afirmarse en la creencia de que lo que hace (en realidad de acuerdo con sus preferencias o conveniencias personales) es lo que necesita el que recibe la protección o ayuda o lo que el Señor quiere que se imparta o se distribuya.

Esto es lo que en realidad significa la combinación del corazón y de la mente en su acepción más pura. Es lo que El Corazón de Dios controlado por Su Mente (o Sabiduría) nos está diciendo que es la forma en que debemos actuar y el camino por el cual debemos transitar sometidos a sus planes y deseos amorosos, forma y camino que nos benefician a todos, mutuamente, tanto a los que damos como a los que reciben protección, amor y ayuda.

Y lógicamente me seguirán preguntando… ¿Por qué esta insistencia en enfatizar La Mente de Dios en lugar de la emocionante ternura de Su Corazón que derrama misericordia y gracia sobre todos los sufrientes?

Porque somos su IGLESIA (Ecclesia, Los Llamados) y debemos buscar, y proteger, y hacer crecer espiritualmente a aquellos que hoy, abusados, pero por Su Amor redimidos, constituirán las nuevas generaciones de los llamados, escogidos y encomendados la sagrada misión de continuar el relevo de la gracia y la misericordia a través de las generaciones.

Si no lo hacemos, y peor aún si lo hacemos en forma equivocadamente egocéntrica, como individuos y como iglesia nos mantendremos ineficientemente ocupados en tratar de contener la corrupción y perversión que el mundo opresor continuará depositando sobre nuestros hombros cansados, si no es que nos volvemos voluntarios partícipes de este círculo vicioso al hacer de este quehacer nuestro modus vivendi por las satisfacciones materiales o emocionales que nos brinden.

Tengamos siempre presente lo que El Señor nos dice en Job 22: 21-30. “Pongámonos de nuevo en paz con Dios… Dejemos que El nos instruya… Humillémonos ante El y alejemos el mal de nuestra casa… Miremos el oro más precioso como si fuera polvo, como piedras del arroyo… Para que El sea entonces nuestro oro y plata en abundancia… Para que El (no nuestras obras) sean nuestra alegría… Para poder mirarlo con confianza… Para pedirle con la confianza de que nuestra plegaria será escuchada y nuestro pedido satisfecho… Para que el verdadero éxito corone todo lo que por indicación de El emprendamos… Para que Su Luz brille siempre en nuestro camino… Para que El salve al humilde al sacarlo de su precaria situación halándolo y sacándolo del marasmo pantanoso en que se encuentra, por medio de nuestras manos, hoy ya limpias de pecado…

Este es el tiempo de los tiempos. El tiempo de restaurar lo que hemos corrompido. El tiempo de llevar a cabo obras realmente significativas. El tiempo no ya de atesorar sino de dar a manos llenas los lingotes del oro espiritual que El Señor ha depositado en nuestras manos. El tiempo de trascender y superar la mediocridad de nuestros tiempos, que desesperadamente tratará de enrolarnos en sus filas de oportunismo y engaño.

Y si alguna vez nos sentimos cansados, solitarios, deprimidos, abrumados, rechazados, descartados, recordemos con Isaías 40: 31 que… “los que confían en El Señor no permanecerán cansados, sino que recuperarán sus fuerzas, volarán como las águilas, correrán y caminarán sin fatigarse”

Porque todo lo que hagamos no será para satisfacción o provecho del mundo o mucho menos el nuestro, sino hecho por El Señor y para El Señor en las personas de sus hijos desvalidos y sufrientes.

Thursday, August 14, 2008

Reflexiones sobre “El Corazón y La Mente de Dios” aplicadas a circunstancias específicas.

A principios del 2007 meditando sobre como contestar las preguntas que me habían hecho en relación a qué prefería… si El Corazón o La Mente de Dios… escribí algunos comentarios generalizados sobre lo que pensaba al respecto.

En esta ocasión reafirmo el concepto de “comentarios generalizados” porque en ese preciso momento mis parámetros espirituales eran los límites que delimitaban las motivaciones que prevalecían en el ministerio al que dedicaba mis esfuerzos.

Toda mi vida he sido sistemático en el enfoque y ejecución de cada proyecto en que me he visto involucrado. Mi mente y mi espíritu funcionan armónica y conjuntamente en la búsqueda de la expansión natural de los deseados o especificados resultados de las acciones en las que he sido actor ejecutor o participante en los esfuerzos de grupo. Soy un ferviente creyente de que Dios es un Dios de Orden.

Él establece los cursos de acción necesarios para cualquier objetivo ministerial. Y cuando El considera que el reto a enfrentar desborda los enfoques y entendimiento ministeriales previstos como resultado lógico o deseable de las acciones realizadas, El despierta una nostalgia o anhelo y una inquietud por ir más allá de lo ya familiar aunque ello signifique dejar todo atrás para aventurarse en otras desconocidas o diferentes circunstancias.

Él usualmente utiliza misteriosas (para nuestro humano entendimiento) cuando desea ampliar la tienda que cobija al servidor que tiene en mente. Si El visualiza otras maneras de expandir los horizontes en una forma diferente de manera que sea total o más integral la comprensión del espectro total de las necesidades de la sociedad en la que ha colocado a su servidor, El despertará anhelos inesperados, realizaciones de que todavía hay cosas diferentes o mayores por hacer, y creciente destabilización en relación a lo ya conocido y confortable, a fin de hacerlo tomar la decisión voluntariamente o por la fuerza para partir y transitar por senderos de pensamientos, acciones y decisiones diferentes.

Ya por más de 2 años había estado meditando sobre el por qué la conflictiva situación de las niñas y adolescentes femeninas en mi país estaba teniendo más y más mayor importancia en mi pensamiento y espíritu, ya que en el ministerio también teníamos varones adolescentes a los que tratábamos de encauzar en su crecimiento material y espiritual, así como la incentivación a aprovechar la oportunidad de educarse que se les brindaba a fin de que al llegar a adultos se convirtieran en los hombres y mujeres que nuestra sociedad requiere.

Pero una y otra vez, los que me rodeaban expresaban que mis consejos eran más apasionados cuando enfatizaba a las niñas adolescentes la necesidad de incrementar su auto estima y auto determinación para poder escoger y no tan solo conformarse con ser escogidas o aceptar lo deplorable y deficiente que encontraran a su paso.

Y ello a pesar de que, con lo que yo estimaba era la voz de la experiencia por haber educado a mis 4 hijos varones en una masculinidad responsable, insistía en enfatizarles a los varones la necesidad de ser responsables, trabajadores y respetuosos, de manera que en el futuro pudieran llegar a ser los líderes espirituales, proveedores materiales y protectores inclaudicables de lo que El Señor quiere que sea la base indispensable no tan solo de las escogidas familias cristianas sino que de toda familia en cualquier nivel del espectro social en que ellos tengan que desenvolverse.

Probablemente, y en una forma muy subliminal estaba analizando el espectro social particular de mi nación. No sé a carta cabal si por efectos del entrenamiento recibido en mi adultez temprana, o por estímulo espiritual de manera que pudiera llegar a estar listo a enfrentar, por el momento presente estos pensamientos y comentarios sobre potenciales soluciones más adecuadas e inclusivas, y quién sabe en qué forma personal y participativa en el futuro todavía imprevisible.

En mi próximos comentarios en el blog, y después de traducir al español mis comentarios pasados sobre estos dos conceptos de “corazón y mente”, me referiré a lo que en el momento presente creo que es el enfoque más integral e inclusivo para enfrentar la problemática social y espiritual de nuestras jóvenes mujeres, para luego enfocar la correspondientes soluciones a los problemas de identificación y participación social de nuestros jóvenes varones en el engranaje productivo de nuestra sociedad, en vista de su horrenda situación espiritual y emocional que requiere acciones drásticas de dirección, orientación, disciplina y guía.

Pero primero que nada, para dejar bien sentados los acertados fundamentos de mis comentarios y propuestas, basados en mis pasadas y presentes experiencias, y con la más consciente y real humildad, que gracias a Dios me fuera mostrado como no confundirla con las falsas negaciones o actitudes submisivas o serviles, y para reforzar la validez de mis motivaciones, me referiré a algunas básicas interioridades de mi vida personal que han llegado a ser las principales características de mi personalidad como un consistente, aguantador, y no dado a componendas servidor del Señor.

En los tiempos primeros de mi cristiano caminar, mientras, allá por los años ochenta, me encontraba recibiendo el entrenamiento misionero en Arkansas, debido a algunos líderes de grupo pequeño radicales, extremistas o de un estrecho entendimiento de las conductas espirituales, me vi envuelto en un gran conflicto emocional al serme repetidamente exigido un rechazo a mi educación y vivencias anteriores, así como la sumisión incondicional a cualquier líder espiritual que me fuera designado.

Hubo momentos en los que hasta llegué a considerar el alejarme de todo el ambiente cristiano que me rodeaba y volver a mis creencias y actitudes anteriores, porque no podía reconciliarme con la idea que El Señor se hubiera equivocado al facilitarme una educación esmerada y especializada, así como al dotarme de inteligencia y decisión para enfrentar las más difíciles situaciones aún a riesgo de mi propia vida.

Por un tiempo indefinido y lacerante, aún llegué a pedirle al Señor que me convirtiera en un tonto y un estúpido si eso era necesario para adaptarme a lo que estaba comenzando a comprender que era un estilo de vida más válido que aquel en el que había vivido ya durante los primeros 45 años de vivencias, a pesar de las numerosas satisfacciones personales y emocionales que había acumulado a través de mi paso por innumerables circunstancias buenas, malas y peores, que cualquier hombre de la calle pudiera imaginarse.

Gracias a Dios un experimentado y calificado maestro y consejero espiritual llegó a la escuela de entrenamiento misionero. Doug Easterday, uno de los principales maestros internacionales de JUVENTUD CON UNA MISION (YWAM).

Gracias a Dios nuevamente. cuando le expuse mi conflicto espiritual y emocional, él firmemente me dijo que El Señor nunca se equivoca y que El otorga dones específicos y especiales a aquellos para los cuales tiene planes ulteriores de ponerlos a su servicio, y que lo único que yo tenía que hacer era someterlos a Él, soportando pacientemente el venidero y perenne “Fuego Refinador” que El colocaría amorosamente en mi camino, como única forma de llegar a ser Su servidor, Su profeta, Su testigo, Su servidor irreductible, y el puente que uniría los ambientes espirituales y materiales en los que me colocaría, para que otros caminaran sobre mí, como puente, para cruzar de unas riberas a las otras del mundo espiritual de Su Reino en esta tierra.

También me dijo que debería con humildad verdadera aceptar las razones por las cuales El me había hecho transitar por senderos tan diferentes acumulando tantas y peculiares experiencias, de manera que pudiera ayudar, aunque incomprendido a veces, a aquellos que no pudieran, aún con su mejor intención y decisión, comprender los escenarios mayores de su plan maestro para el enfrentamiento de las fuerzas espirituales, las de El y las malignas, en este complejo y tan rápidamente cambiante mundo moderno.

Desde entonces, en muchos lugares, en diferentes iglesias y congregaciones, mi esposa y yo hemos recibido muchas profecías sobre nuestro futura vida como misioneros servidores. Desde entonces y en el siguiente orden… Habacuc 1: 1-4 (Diálogo entre el profeta y El Señor); Habacuc 2: 1-4 (Respuesta final de Dios y misión encomendada al profeta); e Isaías 32: 1-8 (El Reino de Justicia que El Señor visualiza para su pueblo) así como Isaías 32: 15-20 (el resultado vivencial de los deseos del Señor para su pueblo).

Estos profetas han sido una parte vital de mi existencia. Primeramente en forma subliminal y desconocida, en los tiempos de mi vida profesional en los escenarios mundanos que me brindó tantas satisfacciones emocionales que me llevaron a autosuficientemente a pensar y proclamar que el mundo pertenecía a los fuertes, los osados y valientes.

En esos tiempos desconocía que esos precisos adjetivos y calificaciones eran también requeridas en el ambiente cristiano, pero una fortaleza y una valentía basadas no en nuestro humana voluntad y entendimiento sino que en nuestro reconocimiento de nuestra debilidad personal y voluntad sometida al Señor, que los transformaría en la fortaleza y valentía requeridas para ir como sus mensajeros de Sus Buenas Nuevas, recorriendo colinas, valles y llanuras, pantanos y forestas, compartiendo a veces tiempo y esfuerzos con los que realmente se sirven a sí mismos mientras piensan y afirman que sirven al Señor.

En mi juventud y adultez temprana mis compañeros y superiores solían apodarme “el cerebrito” por razón de lo que ellos y yo mismo consideraban una peculiar característica de mi personalidad y ancestro. También solían identificarme como “el inadaptado o arrechazo” porque nunca me doblegaba ante los incentivos materiales o sociales, los sobornos o manipulaciones financieras, reconocimientos adulantes o conductas oportunistas.

Aún mi siempre recordado Presidente, en cuyos círculos más cercanos me movía por razones de servicio, repetidas veces me preguntó “cuál era mi precio” ya que decía que no acertaba a definirme, hasta el punto que una vez, en presencia de muchos me dijo que me designaría como uno de sus ayudantes personales para tenerme cerca, lo que rechacé diciéndole que no podría adaptarme a la idea de convertirme en un sirviente personal.

Nunca me imaginé, en esos tiempos, que llegaría a encontrar tanto gozo y satisfacción al convertirme en un servidor, no un sirviente, pero esta vez de El Señor. “Señor es el más grande concepto y entendimiento que tengo sobre El.

El es Dios y Salvador, pero más que eso… UN SEÑOR Y UN AMIGO. Y sobre todo lo demás, la sublime combinación de estas 4 divinas características… ¡DIOS! ¡SALVADOR! ¡SEÑOR! y ¡AMIGO! ¿Que más podría desear un ser humano?

Tan solo por medio de la sumisión y la irreductible persistencia puede uno convertirse en su instrumento y mostrar el camino a otros. No para convertirse en líder, ni jefe, ni dueño, ni empleado, ni representante de sus humanos, aunque bien intencionados planificados proyectos, ni promotor de sus reinitos humanos construidos bajo la falsa presunción de estar sirviendo desinteresadamente a otros en representación del Señor.

En este espíritu de rectitud espiritual, después de traducir los comentarios que he prometido, continuaré exponiendo mi comprensión de las formas más integrales de sanación y restauración de los conflictos materiales o físico, pero más que eso, la sanación y restauración de las lastimadas y distorsionadas vidas de las generaciones más jóvenes que la nuestra, tanto en nuestro país como en cualquiera otro, ya que el daño espiritual y la malignidad están influyendo descaradamente todos los ámbitos sociales hoy en día.