Tuesday, August 26, 2008

La vida debería ser un ejercicio constante de Rectitud, Valentía y Discernimiento


La vida nos observa y nos ofrece su belleza, sus incentivos y sus senderos, obstáculos o trampas evidentes u ocultas. De nosotros depende cómo vivirla. Como testigos o actores. Como abusadores o víctimas. Como controladores de nuestra propia identidad o destino. O como marionetas o veletas que se agitan sin control con los cambios de intensidad o dirección de los vientos…

Recientemente un amigo me envió una serie de mensajes de ánimo, reflexión y en uno de ellos me impactó sobremanera la afirmación siguiente… “Silenciar la verdad es peor que mentir o aceptar o hacer propias las mentiras”

Silenciarla a nosotros mismos o ante las demás personas. Mentir, distorsionar, disfrazar la realidad, o engañarnos a nosotros mismos o a los demás inconscientemente o a propósito. Por conveniencia propia. Para obtener ventajas o posicionarnos en situaciones desprovistas de rectitud, valentía, decoro y discernimiento.

El camino ancho de la complacencia y de las componendas usualmente se ve profusamente transitado por razón de la actitud equivocada que preferencia la tolerancia o el deseo de evitar a toda costa malos entendidos que precipiten el rechazo o la negación de pertenencia al ámbito y grupo social de cualquier naturaleza que sea al que aspiremos o sintamos el deseo de ser aceptados como miembros por derecho propio o conveniencia económica, social, emocional, espiritual, o de cualquier índole que la motivación nuestra sea.

En otras ocasiones, y por evitar las confrontaciones o las circunstancias adversas afirmamos como inevitable y necesario para la convivencia social el evadir enfrentar las injusticias, las discriminaciones, los abusos y las necesidades ajenas, enfilándonos en la marcha grupal de los renuentes a levantar su voz y definir posiciones.

Otras veces proclamamos como inevitable consecuencia la búsqueda y aceptación de soluciones neutrales, cobardes y evasivas, sin comprender que el confrontar las experiencias y aceptar sus consecuencias son el entramado natural del tejido de la vida, las que no deberían ser nunca evadidas u olvidadas para no caer en la humana estupidez de tropezar una y otra vez con las mismas piedras obstaculizantes en nuestro transitar vivencial individual y colectivo.

Pueda ser que “la componenda oportunista o la claudicación cobarde y pesimista” escondidas tras la afirmación claudicante de la necesidad del consenso y la unidad por razón de la convivencia, armonía, aceptación o progreso, sea la alternativa lógica y válida a nuestros ojos, o el lenguaje y la manera habitual de sobrevivir, escalar o asegurar posiciones en los ámbitos sociales en los que nos encontremos inmersos, ya sea por decisión o preferencia personal o por la fuerza de las circunstancias o presiones sociales a las que nos veamos expuestos.

Sin embargo, deberíamos estar siempre conscientes de que a pesar de todos los pretextos, las imposiciones, los silogismos intelectuales, emocionales, espirituales o conveniencieros, nuestra inclaudicable conciencia, aunque muchas veces a toda costa silenciada, continuará hasta el final de nuestros días proclamando que LA VIDA DEBERÍA SER UN EJERCICIO CONSTANTE DE RECTITUD, VALENTÍA Y DISCERNIMIENTO.

Porque sin importar las racionalizaciones, objeciones, claudicaciones, y oportunismos propios, o las vejaciones, abusos, imposiciones y castigos o condenas injustas de los poderosos de este mundo, sin la rectitud interna, inclaudicable, individual, y esperanzadoramente algún día colectiva, no podrá haber ni justicia, ni paz, tranquilidad, seguridad y gozo permanentes.

Porque sin la rectitud individual (integridad, identidad, auto-conocimiento y respeto), no podremos sacar fuerzas de nuestra debilidad o circunstancia personal, para decidir las acciones valientes, corajudas, osadas, determinantes, tras ser tamizadas, balanceadas y estructuradas por el discernimiento espiritual regidor de y en control de nuestro intelecto, emociones y preferencias materiales.

De no hacerlo así, hermanos, amigos, cohabitadores y participantes involuntarios o conscientes de esta presente debacle social que nos abruma, seguiremos girando en una espiral inútil de circunstancias, acciones y reacciones individuales, colectivas, o mutuas.

En estos días mi esposa y yo estamos gozando de la paz del hogar de nuestro hijo mayor, Roberto, en la ciudad de Santa Tecla, El Salvador. La primera vez que la visitamos fue en 1987. Hace unos pocos días la invité a caminar y visitar su parque central y mercado, a como lo hicimos hace 21 años

Nos sorprendimos grandemente al ver muchos de los restaurantes y negocios que conocimos entonces. Los mismos puestos de venta en el mercado, atendidos si por nuevas generaciones, pero con la misma paz y fortaleza que nos llamara la atención hace tantos años.


¡Qué contraste con las miradas duras, vacías, negativamente resignadas, agresivas o indiferentes, de las que he sido testigo en otros lugares y tiempos recientes!



Ello me ha hecho meditar en el por qué y los cómos de las reacciones humanas ante la vida dependiendo de las acciones y reacciones individuales y colectivas en cada ambiente.

Porque la vida es la misma en todas partes. La misma belleza, los mismos incentivos, similares placeres, similares oportunidades y recursos, similares senderos por los que transitar ya sea como actores o testigos, abusadores o víctimas.

De nosotros depende como vivirla, caminar o participar en su vital esencia, que es como un parque donde se entremezclan la belleza de la naturaleza misma y las creaciones del hombre.





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