Friday, August 15, 2008

Protección versus el abuso… ¡Un dilema para los cristianos!

La necesidad de comprender la problemática que estamos enfrentando y lo que realmente deberíamos estar haciendo.
Recientemente me fue preguntado qué preferiría tener como motivación en mi vida. ¿El Corazón o La Mente de Cristo? El razonamiento detrás de la pregunta era que… si mi corazón estaba inmerso en el de Cristo, lógicamente me involucraría en acciones de misericordia por su amor a los niños oprimidos de este mundo.

Mi respuesta fue que me gustaría tener lo más que pudiera de ambas cosas, Su Corazón y Su Mente, ya que debido a las naturales limitaciones humanas podría fácilmente conformarme con tan solo una porción de alguna de ellas o de ambas dependiendo de las tendencias personales hacia lo emocional o al análisis lógico de las circunstancias propias y de todas las demás personas.

Por lo tanto podríamos sentir o auto convencernos que estaríamos dando lo mejor de nuestros esfuerzos para finalmente tan solo terminar haciendo algo de lo bueno en lugar de todo lo bueno que podríamos o deberíamos hacer.

Es muy fácil confundir los árboles circundantes con la foresta completa, o peor aún perder la visión
del firmamento y las estrellas ocultas por el denso follaje que consume nuestro esfuerzo, en el diario batallar por separar los arbustos y extirpar las malezas en la apertura de caminos que terminan siendo tan solo efímeros senderos que desaparecen y se pierden en la complejidad de los conflictos humanos a los que nos vemos enfrentados.

Peor aún, lo que puede suceder es que al no tener una adecuada comprensión de la problemática social y el entorno histórico y cultural de la sociedad en la que nos hemos involucrado, nos enamoremos de nuestras preferencias o nuestro particular y parcial entendimiento, o el de lo que los que patrocinan nuestros esfuerzos, o de lo que nos da satisfacciones inmediatas aunque no sean en realidad la verdadera o la inclusiva solución, ayuda o protección integral, adecuada a las causas reales de las circunstancias negativas que afligen a los que deseamos proteger, apoyar o aliviar en lo que estimamos es necesario o posible.

Es necesario analizar detenidamente el verdadero e inclusivo concepto del amor. Del amor dado y del amor recibido. Del amor a nosotros mismos y del amor a los que sufren o se encuentran afligidos, desvalidos y sin esperanza alguna más que la de sobrevivir a como dé lugar, aunque sea a costa de la autoestima o mínimo respeto a nosotros mismos.

Es indispensable tener en cuenta que ambos conceptos configuran la esencia misma y la eficacia del amor que daremos y el amor que recibirán aquellos que deseamos proteger aún de ellos mismos.

Cuando una persona, niña o niño, adolescente o adulto recibe amor motivado por, e impregnado del, deseo de fomentar ambas facetas, las circunstancias o las realizaciones, expresiones y obras materiales pierden importancia. Lo que importa es lo que das de tí mismo.

Porque se logra superarlas, optimizarlas o ubicarlas en su debida proporción en relación a su efecto interior, espiritual o emocional, por la creciente fortaleza interior que propiciamos se engendre y fortalezca la rectitud, el gozo y el crecimiento espiritual en aquellos a los que amamos de tal manera.

La más profunda e imperiosa necesidad de todo niño, adolescente y me atrevería a decir de todo adulto es el amar y ser amado en la forma adecuada, correcta y diseñada por el Creador de toda la naturaleza y de la especie humana.

Y esto en ninguna manera es el amor permisivo, institucional, excesivamente tolerante y débil ante las reacciones retorcidas de los que han estado inmersos en el abuso, dado o recibido, sufrido o infligido, al extremo de llegar a considerar una obligación de los demás el subsanar lo que equivocadamente consideran un derecho sin responsabilidad mutua alguna, ni mucho menos aprecio o agradecimiento.

Los enfoques equivocados o extremadamente laxos e inefectivos (aunque plenos de buenas intenciones que los sistemas sociales y desafortunadamente aún algunos supuestamente espiritualmente motivados, aunque sean en realidad esencialmente humanistas) proclaman y se empeñan en desarrollar proyectos sin tomar en cuenta la sabia realidad de lo que el Señor nos presenta y explica en la abundancia de los salmos y proverbios de las sagradas escrituras.

En realidad son muy pocos los que se deciden a exigir y muchos menos los que quieren aceptar la ineludible realidad de lo que el Señor afirma en Proverbios 3: 11 (No rechaces, hijo mío, la corrección del Señor, ni te disgustes por sus reprensiones; porque el Señor corrige a quien él ama, como un padre corrige a su hijo favorito).

Y esto se aplica no tan solo al que recibe sino también al que provee protección, ayuda o consuelo. Porque, debido a la casi infinita capacidad humana de racionalización y justificación extremas, es muy posible que tanto en el extremo receptor como el proveedor en la ecuación de la misericordia y ayuda bien se puedan suscitar reacciones negativas.

Por un lado la ingratitud y la exigencia del que recibe, como también por el otro lado el desarrollo de una potencial arrogancia u orgullo espiritual en el que imparte la misericordia o distribuye la ayuda, al afirmarse en la creencia de que lo que hace (en realidad de acuerdo con sus preferencias o conveniencias personales) es lo que necesita el que recibe la protección o ayuda o lo que el Señor quiere que se imparta o se distribuya.

Esto es lo que en realidad significa la combinación del corazón y de la mente en su acepción más pura. Es lo que El Corazón de Dios controlado por Su Mente (o Sabiduría) nos está diciendo que es la forma en que debemos actuar y el camino por el cual debemos transitar sometidos a sus planes y deseos amorosos, forma y camino que nos benefician a todos, mutuamente, tanto a los que damos como a los que reciben protección, amor y ayuda.

Y lógicamente me seguirán preguntando… ¿Por qué esta insistencia en enfatizar La Mente de Dios en lugar de la emocionante ternura de Su Corazón que derrama misericordia y gracia sobre todos los sufrientes?

Porque somos su IGLESIA (Ecclesia, Los Llamados) y debemos buscar, y proteger, y hacer crecer espiritualmente a aquellos que hoy, abusados, pero por Su Amor redimidos, constituirán las nuevas generaciones de los llamados, escogidos y encomendados la sagrada misión de continuar el relevo de la gracia y la misericordia a través de las generaciones.

Si no lo hacemos, y peor aún si lo hacemos en forma equivocadamente egocéntrica, como individuos y como iglesia nos mantendremos ineficientemente ocupados en tratar de contener la corrupción y perversión que el mundo opresor continuará depositando sobre nuestros hombros cansados, si no es que nos volvemos voluntarios partícipes de este círculo vicioso al hacer de este quehacer nuestro modus vivendi por las satisfacciones materiales o emocionales que nos brinden.

Tengamos siempre presente lo que El Señor nos dice en Job 22: 21-30. “Pongámonos de nuevo en paz con Dios… Dejemos que El nos instruya… Humillémonos ante El y alejemos el mal de nuestra casa… Miremos el oro más precioso como si fuera polvo, como piedras del arroyo… Para que El sea entonces nuestro oro y plata en abundancia… Para que El (no nuestras obras) sean nuestra alegría… Para poder mirarlo con confianza… Para pedirle con la confianza de que nuestra plegaria será escuchada y nuestro pedido satisfecho… Para que el verdadero éxito corone todo lo que por indicación de El emprendamos… Para que Su Luz brille siempre en nuestro camino… Para que El salve al humilde al sacarlo de su precaria situación halándolo y sacándolo del marasmo pantanoso en que se encuentra, por medio de nuestras manos, hoy ya limpias de pecado…

Este es el tiempo de los tiempos. El tiempo de restaurar lo que hemos corrompido. El tiempo de llevar a cabo obras realmente significativas. El tiempo no ya de atesorar sino de dar a manos llenas los lingotes del oro espiritual que El Señor ha depositado en nuestras manos. El tiempo de trascender y superar la mediocridad de nuestros tiempos, que desesperadamente tratará de enrolarnos en sus filas de oportunismo y engaño.

Y si alguna vez nos sentimos cansados, solitarios, deprimidos, abrumados, rechazados, descartados, recordemos con Isaías 40: 31 que… “los que confían en El Señor no permanecerán cansados, sino que recuperarán sus fuerzas, volarán como las águilas, correrán y caminarán sin fatigarse”

Porque todo lo que hagamos no será para satisfacción o provecho del mundo o mucho menos el nuestro, sino hecho por El Señor y para El Señor en las personas de sus hijos desvalidos y sufrientes.

1 comment:

Emilio Padilla Morales & Gladys de Padilla said...

José David Farfán González comentó:

Gracias, muchas gracias por tu lindo mensaje, hoy pase a un internet, porque en mi hogar está fallando y después de muchos días hoy tuve tiempo y suerte de leerlos, leeré de nuevo y despacio en mi casa y luego platicaremos, estoy muy contento de haber tenido esta oportunidad. Gracias, muchas gracias. David-