Wednesday, August 27, 2008

Nada mejor que lo ideal convertido en la realidad que debiera ser. La vida debería ser un ejercicio constante de rectitud, valentía y discernimiento.

Al analizar el espectro total de los conflictos en cualquier sociedad que queramos considerar, podemos hacerlo partiendo de lo macro a lo micro social, o de lo más complejo a lo más simple. Pero para efectos de este análisis la premisa básica es que todo comienza en el individuo ubicado dentro de su ambiente familiar específico influenciado a su vez por su entorno inmediato comunal.

Cualquier cambio estructural, progreso, recesión, negación, componenda, percepciones y actitudes en relación a los valores individuales y familiares afectarán inevitablemente a la comunidad circundante y a todo el entramado social de factores materiales y conceptos espirituales vigentes, generando las correspondientes percepciones y conductas colectivas.

Existe otra innegable premisa. Cada cultura posee su particular matriz que determina la naturaleza y conducta del individuo y su entorno familiar. Lógicamente habrá similitudes entre las diferentes sociedades pero siempre existirá una específica y definida matriz en la sociedad particular en la que nos encontremos inmersos, ya sea por nacimiento y vivencia local por aferramiento natural al terruño o por adopción por razón de migración voluntaria o forzada por circunstancias usualmente económicas y/o políticas.

Estas similitudes lógicamente también deberán ser analizadas con el máximo respeto, sobre todo si decidimos involucrarnos en esfuerzos o proyectos humanitarios ya sea desde el punto de vista meramente social o del de los sectores y organizaciones profundamente comprometidas a desarrollar los más diversos e imaginables esquemas de proselitización, evangelización, educación, protección o ayuda.

Si este es nuestro caso, entonces es imperativo para que nuestras acciones no sean tan solo flor de un día que desfallezca o muera al no contar ya más con nuestra presencia y recursos, es imperativo, repito, y por razón de nuestro aporte, el evitar la imposición de nuestras propias y naturales predisposiciones y prejuicios nacidos en el seno de nuestro particular entorno cultural, social y económico.

La premisa final consecuentemente habrá de ser que todas las similitudes, diferencias, conflictos y retos, solidaridades y apoyos deberán ser mutuamente respetuosos, cediendo tan solo a lo superior a cualquier conglomerado social o conjunto de circunstancias materiales, constituido no por las interpretaciones particulares y con frecuencia intolerantes y restrictivas de los designios de nuestro Creador expresados en la prístina belleza de la naturaleza y nuestros subyacentemente positivos impulsos espirituales, emocionales e intelectuales, tanto en el ámbito individual como en el social y colectivo.

Mi enfoque particular, y no hay razón para negarlo o disfrazarlo, es el cristiano, al que llegué a través de un doloroso peregrinar desde el análisis profesional de los conflictos sociales como miembro de una clase dirigente, hasta el peripatético deambular entre el cúmulo de apremiantes y lacerantes necesidades y carencias de las clases más necesitadas no solo de mi nativo solar sino de todas las sociedades que nos dieron acogida, protección y solaz en las últimas tres décadas.

Pero no se necesita ser cristiano o haber sufrido en carne propia las vicisitudes de la vida. Basta y sobra con tener valores y hombría, generosidad y desapego por las burdas componendas circunstancialmente oportunistas.

En otras palabras, basta y sobra con ser un hombre o una mujer de bien, con los pies bien plantados en la tierra, y la mente y el espíritu más allá de las nubes del horizonte desconcertante de las circunstancias, controlando efectivamente nuestras cambiantes y manipulables emociones, preferencias y prejuicios.

Para ser específico, y siendo nicaragüense por nacimiento, aunque uno expuesto a diferentes costumbres y modos de ser de diferentes y variados conglomerados sociales, trataré de analizar nuestro nativo entorno comenzando por lo que podríamos definir como los deseados y valiosos estándares de comparación necesarios para enfrentar las distorsiones sociales que están afectando a nuestras más jóvenes generaciones presentes.

Me referiré a lo que ha sido y sigue siendo considerada la estructura y conducta de la tradicional familia nicaragüense. El modelo y la conducta que hemos tratado de imprimir en el corazón, la mente y el espíritu de los niños que fueron encomendados a nuestro cuidado y protección en los últimos seis años y en el de los colaboradores que nos acompañaron e hicieron más agradable y provechosa tan especial experiencia.

Nuestro deseo fue el de hacerles sentir que tenían todo el derecho a vivir como nuestros propios hijos y nietos, en un ambiente armonioso de clase media, no por afluencia económica, sino por solidez, amor, cuidado, protección y aceptación respetuosa y mutua.


Ello nada tiene que ver con la abundancia material o las carencias y necesidad insatisfechas.
Los valores y las estructuras fundamentales y sólidas no dependen de o se ven inevitablemente destruidas por estos extremos de la ecuación social o de los conflictos al parecer insolubles de los tiempos presentes.


Lo he dicho y lo he repetido una y otra vez. Puede existir un más sólido fundamento en un humilde hogar, donde el piso de tierra bien apisonado y limpio y los enseres humildes son testigos de un verdadero y floreciente amor, cuidado y protección mutua, que en el ámbito majestuoso de mansiones donde el consumismo, la conveniencia, el apetito desmedido y la ambición impregnan el corazón de sus habitantes, insensibilizan sus espíritus y distorsionan negativamente los mecanismos de sus mentes.

El concepto de familia que recuerdo constantemente con profundo aprecio, nostalgia y sentimiento, es aquella donde los lineamientos de la autoridad y el respeto, la aceptación y comprensión mutuas, y las claramente definidas formas de aceptable comportamiento, eran las reglas fundamentales de la vida. Una familia nuclear en la cual cada quien estaba seguro de contar con los demás para el consejo y el estímulo, la protección y el apoyo.


Donde el trabajo y la fidelidad a la palabra dada o comprometida eran la más cumplida expresión de los sentimientos y creencias personales con una influencia y decisión superior a cualquier imposición social o ley coercitiva.

Donde la mujer era respetuosamente amada y el varón era enseñado a incrustar en sí mismo el concepto integral y el apego total a los preceptos de la responsabilidad, trabajo honesto y concienzudo, provisión y apoyo, y lo afirmo nuevamente, el respeto muto natural y omnipresente

Es en relación a estos parámetros que deberíamos comparar y analizar los conflictos, abusos y fracasos sociales presentes. Es prioritario y fundamental el enfatizar la inevitabilidad y esencialidad de los valores que propiciarán nuestra restauración y desarrollo armónico e integral como individuos, familias, comunidades y sociedades o naciones.

Y ustedes, niñas y mujeres abusadas… tened la seguridad de que tendrán una segunda oportunidad en la vida. PERO… ¡Respétense a ustedes mismas! ¡Aprendan a escoger y no a ser escogidas! ¡No se resignen con lo que ustedes estimen que no es bueno, sino que tan solo lo que está a la mano! ¡No aceptéis que otros se sientan con derecho indebido sobre sus personas y destinos! ¡Rechacen y superen la racionalizada aceptación de contentarse con lo que es inferior a lo legítimamente deseado, simplemente porque es lo único que ofrecen las circunstancias presentes! ¡El abuso tan solo afecta temporalmente a tu íntimo ser, a no ser que ustedes claudiquen en su esfuerzo por superarlo y superarse!

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