Monday, October 4, 2010

Buscando comprender un poco la actual manera de vivir y lo que las nuevas generaciones pueden esperar o tener esperanza de cambiar por algo mejor.

Hace ya un mes que recibí por correo electrónico, reenviado, conteniendo un mensaje de George Carlin. He estado repasando su contenido, una y otra vez, y cada vez sus conceptos penetran más profundamente mi mente y mi espíritu.

He platicado sobre ello con algunos amigos, retirados como yo, mientras disfrutamos la frescura de las tardes, sentados en las bancas que adornan la pequeña placita con su fuente, en nuestro vecindario, y siempre coincidimos en que los tiempos han cambiado. Tiempos más rápidos y complicados, pero en ninguna manera mejores que los que ya hemos disfrutado hasta la fecha.

Aún aquí, en este tranquilo refugio en que vivimos, podemos ver las tristes consecuencias de la manera apresurada en que están viviendo las nuevas generaciones.

Justamente hace unos pocos días, mientras platicábamos, varios niños, de no más de ocho años, estaban jugando alrededor de la banca vecina a la que nos encontrábamos en nuestro parquecito.

En su alborotado parloteo se jactaban de sus zapatos tennis, de marca reconocida y alto precio. Asimismo discutían sobre sus holgados y estrafalarios pantalones cortos, sus camisetas con logos en otro idioma, que ni siquiera comprendían qué era lo que decían, y lo más peculiar es que se jactaban asimismo, de los aretes que perforaban sus pequeñas orejas.

¿Y sus padres? Ausentes, como siempre. Trabajando duro, pero dejando solos en casa a sus hijos.

No es de sorprenderse que nosotros asimismo, nos vayamos acostumbrando a ver pasar a las bonitas jovencitas, pavoneándose del brazo de jóvenes adolescentes, similarmente vestidos en la forma más estrafalaria posible, y algunas de ellas acunando ya, en sus brazos, a niños de alrededor de uno o dos años.

Supuestamente este es un vecindario de clase media. Numerosos automóviles ruidosamente desfilan por el boulevard principal de nuestro residencial, manejados por los adolescentes mayores, utilizando los vehículos de reserva, en ausencia de sus padres.

Si esto es lo que sucede en nuestro barrio, fácilmente podemos imaginar lo que pasa en las barriadas más pobres y sobrepobladas, donde la gente tiene por fuerza que acostumbrarse a los excesos de los grupos de adolescentes y jóvenes adultos, que imitan la manera violenta de vivir de las bandas o maras de los países, supuestamente más civilizados, de donde posiblemente han sido deportados, para regresárnoslos ya viciados.

Agreguemos a esto las maneras viciadas moralmente de los mayores, que justificadamente, según ellos dicen, por razón de las rampantes injusticias sociales de hoy en día, se dedican a protestar violentamente reclamando supuestos derechos a ser subsidiados por los gobiernos de turno, mientras, acuciosamente e irresponsablemente, contribuyen a expandir la creciente explosión poblacional, trayendo a este mundo más bebecitos y niños a este mundo, ya excesivamente poblado y carencial.



No es mi propósito, en manera alguna, de insistir en pintar con tan grises y depresivos matices las carencias e injusticias sociales que nos afligen en una u otra manera. Imágenes similares podemos encontrarlas en muchos otros lugares, aquí o acullá, en los asentamientos humanos de las clases menos favorecidas, en cualquiera de las ciudades de este mundo.

Lo hago porque los mensajes de desesperanza se unen a los coros de los circos mediáticos pero se pierden en el ruido cacofónico y repetitivo de los payasos, maestros, por razón de las ventajas financieras que conllevan el permanecer como voceros de los shows caleidoscópicos que inundan nuestra atención y tiempo, cada vez que encendemos las radios o los televisores, que reinan omnipresentes en nuestros modernos hogares.


Ojalá que la sanidad y el cambio por algo mejor y positivo lleguen pronto. Ya es tiempo de que algún cambio significativo se haga presente. Ya estamos estrellándonos en los niveles más profundos de la decadencia moral de nuestras sociedades.

Mantengamos la esperanza, porque no habrá otro camino más que levantarnos y cambiar de hábitos, creencias y motivaciones, si no queremos ser destrozados hasta la muerte sobre los suelos nauseabundos de lo que ya he definido, y con razón abundante y justificada, como la más abyecta claudicación moral de este siglo pasado y del que tan solo hace unos pocos años comienza.


Por ello es que el mensaje que transcribo a continuación, y que he transformado en video, al final de estas reflexiones y comentarios, es tan oportuno, tan vital, tan contundente.



UN MENSAJE POR GEORGE CARLIN:

Su esposa murió recientemente.
No es sorprendente que George Carlin,
comediante de los años 70 y 80,
pudiera escribir algo tan elocuente.

La paradoja de nuestro tiempo
es que tenemos edificios más altos
y temperamentos más reducidos.
Carreteras más anchas
y puntos de vista más estrechos.

Gastamos más
pero tenemos menos.
Compramos más
pero disfrutamos menos.
Tenemos casas más grandes
y familias más chicas.
Mayores comodidades
y menos tiempo.

Tenemos más grados académicos
pero menos sentido común.
Mayor conocimiento
pero menor capacidad de juicio.
Más expertos pero más problemas,

Mejor medicina pero menor bienestar.
Bebemos demasiado.
Fumamos demasiado.
Despilfarramos demasiado.

Reímos muy poco. Manejamos muy rápido.
Nos enojamos demasiado.
Nos desvelamos demasiado,
y amanecemos cansados.

Leemos muy poco,
vemos demasiada televisión.
Y muy raras veces oramos.

Hemos multiplicado nuestras posesiones
pero reducido nuestros valores.
Hablamos demasiado.
Amamos demasiado poco.
Y odiamos muy frecuentemente.

Hemos aprendido a ganarnos la vida,
pero no a vivir.
Añadimos años a nuestras vidas,
no vida a nuestros años.

Hemos logrado ir y volver de la luna,
pero se nos dificulta cruzar la calle
para conocer a un nuevo vecino.
Hemos conquistado el espacio exterior,
pero no el interior.
Hemos hecho grandes cosas,
pero no por ello mejores.

Hemos limpiado el aire,
pero contaminamos nuestra alma.
Hemos conquistado el átomo,
pero no nuestros prejuicios.

Escribimos más
pero aprendemos menos.
Planificamos más
pero logramos menos.
Hemos aprendido a apresurarnos,
pero no a esperar.
Producimos computadoras
que pueden procesar mayor información
y difundirla,
pero nos comunicamos
cada vez menos y menos.

Estos son tiempos de comidas rápidas
y digestión lenta.
De hombres de gran talla
y cortedad de carácter.
De enormes ganancias económicas
y relaciones humanas superficiales.

Hoy en día dos ingresos son comunes
pero también más divorcios.
Casas más lujosas
pero hogares rotos.
Son tiempos de viajes rápidos.
Pañales desechables.
Moral descartable.
Acostones de una noche.
Cuerpos obesos.
Y píldoras que hacen todo,
desde alegrar y apaciguar,
hasta matar.

Son tiempos en que hay mucho en el escaparate
y muy poco en la bodega.
Tiempos en que la tecnología
puede hacerte llegar esta carta,
y en que tú puedes elegir
compartir estas reflexiones.
O simplemente borrarlas.

En este momento preciso hagamos un alto
y analicemos las palabras sabias
de una mujer excepcional.
“si asumimos una visión catastrofista del ser humano,
estamos acabados.
La vida se hace inútil.
Yo también me siento, interiormente,
incapaz de ser optimista.
Pero hay que serlo, cueste lo que cueste.
Hay que mantener la confianza en el futuro”.
Rita Levi-Montalcini, neuróloga italiana, 22/04/1909,
Premio Nobel de Medicina en 1986.


Una vez de acuerdo en esto, volvamos al mensaje de Carlin.


Acuérdate de pasar algún tiempo con tus seres queridos
porque ellos no estarán aquí siempre.
Acuérdate de ser amable con quien ahora te admira,
porque esa personita crecerá muy pronto
y se alejará de ti.

Acuérdate de abrazar a quien tienes cerca
porque ese es el único tesoro que puedes dar con el corazón,
sin que te cueste ni un centavo.

Acuérdate de decir te amo a tu pareja y a tus seres queridos,
pero sobre todo dilo sinceramente.
Un beso y un abrazo pueden reparar una herida
cuando se dan con toda el alma.

Acuérdate de tomarte de la mano con tu ser querido
y atesorar ese momento,
porque un día esa persona ya no estará contigo.

Date tiempo para amar y para conversar,
y comparte tus más preciadas ideas.
Y recuerda siempre:
La vida no se mide por el número de veces
que tomamos aliento,
sino por los extraordinarios momentos
que nos lo quitan.
George Carlin

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