Wednesday, May 13, 2009

LOS MAYORES Y LOS MÁS JÓVENES PUEDEN APRENDER Y BENEFICIARSE MUTUAMENTE DE LAS EXPERIENCIAS, HABILIDADES Y EXPECTATIVAS MUTUAS…

Un aspecto interesante de la vida es la aparente contraposición generacional en cuanto a la percepción de las significativas y naturales tendencias colectivas, la apreciación de las circunstancias y los gustos culturales.

Nosotros, los mayores, nos sumergimos en los melódicamente atractivos sonidos de los blues, la música country, y las tempranas canciones populares de nuestros tiempos ya idos.

Asimismo, encontramos repetitivos, casi maníacamente ruidosos y físicamente exhaustivos, las populares tendencias y a nuestro juicio sin sentido lógico alguno, de las expresiones musicales y coreográficas de hoy en día.

Como contraposición lógica, nuestros jóvenes nos consideran prehistóricos, aburridos, rígidos e intolerantes dinosaurios. Ellos no parecen asimilar la idea de que también fuimos jóvenes como ellos, pero en circunstancias y tiempos más lentos y serenos.

Nosotros tuvimos el boogie boogie. Ellos tienen los ritmos aeróbicos y el rap. A nosotros nos hacía delirar el zapateo del tap y nos contorsionábamos. Ellos saltan y se arrastran. Ellos, cíclicamente y aún casi sin darse cuenta, reviven las melodías de nuestro tiempo y las adaptan a su gusto moderno y estridente.

Nosotros también gritábamos como locos, cuando emocionados al límite, llenábamos las salas de conciertos. Ellos también hacen lo mismo. Tan solo nos separan las circunstancias y el tiempo.

Nosotros apreciábamos o nos dábamos cuenta con mayor facilidad, si se quiere así expresarlo, el análisis y la técnica. Ellos tan solo se gozan en los efectos especiales que personas como nosotros, pero más rápidas y eficientes para adaptar los cambios tecnológicos, les ofrecen en forma tan llamativa.

Pero podemos aprender los unos de los otros. Podemos complementar nuestra experiencia con su renovada, aunque algunas veces, estrafalaria y confusa para nosotros, comprensión de las circunstancias presentes y futuras.

La convivencia generacional puede ser como una pulsante bisagra. Tanto el pasado como el futuro enlazados a través del presente.

El pasado compuesto por nosotros, los abuelos y nuestros hijos ya adultos. Al mismo tiempo, ambas generaciones somos un innegable e inevitable depósito de la experiencia disponible para provecho del presente.

Nuestros hijos adultos y sus hijos, al mismo tiempo, son parte, junto con nosotros los abuelos, del presente y del futuro.

Todos tenemos presentes y futuras expectativas válidas. Nosotros, aún en nuestras últimas vivencias, la expectativa de un mejor futuro, antes de que abandonemos este mundo, si es posible.

Nuestros hijos adultos, lo mismo, aún cuando estén activamente inmersos en la construcción del presente y del futuro inmediato como herencia de sus hijos.

Nosotros, en cierta forma, ya a la vera del camino, en el fondo de nuestros corazones anhelamos el respeto, el reconocimiento, como las cabezas ya canosas, pero cabezas lo mismo y al fin y al cabo, de nuestros núcleos familiares directos y extendidos.

Participando con lo que sentimos que es el precioso e inapreciable depósito de nuestros recuerdos vivenciales, nuestras experiencias y nuestra comprensión de la vida, por haber sobrevivido ya a tantas cosas y tantas circunstancias.

Al complementarnos en el ámbito del presente podemos hacer que la bisagra se cierre o se abra, dependiendo de su flexible funcionamiento, si es que no ha sido corroída y convertida en inútil instrumento por la intolerancia, los malentendidos, la indiferencia y la desconfianza.

Mis hijos me han enseñado y guiado a través de los intrigantes pasos de los modernos programas de comunicación cibernética.

Han tenido la paciencia suficiente para mostrarme, paso a paso, como hacerlo, ya que he sido estructurado en dicha forma por los pasos progresivos de los procedimientos de aprendizaje de nuestra vida.

Como contrapartida lógica y deseable, al menos en mi modo de pensar, puedo transmitirles mis perspectivas y percepciones a través del uso de estos avances tecnológicos. Todos, en conjunto, podemos beneficiarnos de estos intercambios y conjunción de habilidades y experiencias.

En esta forma he finalmente encontrado y comprendido el verdadero significado del otoño en nuestras vidas. Podemos convertirnos en los faros de luz de la experiencia.

También podemos convertirnos en los centinelas sobre las murallas de las circunstancias para observar y mantener seguras las puertas de la ciudad vivencial y el sueño de sus habitantes, nuestros hijos y sus descendientes.

Porque a medida que vamos descendiendo hacia el muelle de nuestra partida final, podemos ser, parafraseando Las Escrituras, como el profeta Habacuc en el capítulo segundo versículos uno al tercero.

2:1. “nos estacionaremos en nuestros puestos de observación y permaneceremos sobre las murallas; nos mantendremos atentos a lo que El (y la vida) nos diga y a lo que nos responderán en cuanto a nuestras preocupaciones”..

2:2. “entonces El Señor (y la vida) nos contestó y nos dijo: escriban la visión, claramente y por escrito, para que los corredores (nuestros hijos y las generaciones subsiguientes) puedan leerla”.
2:3. “porque todavía existe una vision para el tiempo apropiado; habla del objetivo y no miente. Si parece demorarse, esperen; tengan por seguro que vendrá; no se retrasará”.



Aquí es donde está descrita la visión.
Aquí es donde está determinada la misión para nuestros tiempos postreros.


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