Tuesday, May 12, 2009

¿POR QUÉ HEMOS OLVIDADOS QUE SOMOS HIJOS DE DIOS?


¿POR QUE HEMOS OLVIDADO QUE FUIMOS PREDESTINADOS A SER
HERMANAS Y HERMANOS


PREDESTINADOS AL AMOR,


A COMPARTIR


Y PROTEGER?



En uno de mis recientes comentarios me refería a la necesidad de tener la más complete y firme convicción en relación a nuestra valía individual por razón de haber sido creados a la imagen y semejanza de Dios, nuestro Creador.

Si estuviéramos realmente conscientes de ello… Si pudiéramos percibir en otros esa imagen y semejanza… si pudiéramos comprender y aceptar que, a pesar de las aparentes o reales diferencias en color, raza, nacionalidad, estatus social y estilos de vida, somos similares y semejantes, cuán diferente sería nuestra actitud ante la vida.

Entonces, podríamos nuevamente convertirnos en los renovados y transformados niños del Señor de los que nos habla El en Su Palabra, al decirnos que si no nos hacemos como ellos no podremos entrar en El Reino de Dios, Su Reino.

No necesitamos esperar hasta después de la muerte para considerarnos candidatos a la inmigración legal en Su Reino, con todas las visas espirituales concedidas y selladas, presentadas y estampadas por los inspectores de aduana celestiales, a como se estila en este tan dividido y discriminante mundo de nosotros.

Podemos convertirnos en ciudadanos de este Reino mientras todavía vagamos por las sendas de este mundo tan saturado de dolor, de injusticias, de crisis y problemas de todo tipo.

Esto trae a mi memoria aquellas afirmaciones de cómo el Reino es conquistado por la violencia. Pero no la violencia a como la entendemos los humanos y estamos tan acostumbrados a infligirla o sufrirla, hasta el punto que pareciera que nos refocilamos en ella cuando es soportada por ajenos.

Esta violencia a la que me refiero, en mi limitado entendimiento y discernimiento, es la necesaria sacudida de nuestra inercia, nuestro ciego egoísmo, pasividad, complicidad, o aún peor, nuestra implícita aceptación del abuso como el inevitable requisito para la obtención de lo que visualizamos como nuestro progreso, confort o conveniencia.

SOY UN HOMBRE. Estoy supuesto a proteger, proveer, dar y recibir amor, dar y compartir seguridad y confianza.

Yo entiendo esto como una natural responsabilidad cuando se refiere a los nuestros por herencia y sangre. Pero no lo considero esencial en relación con las demás personas.

ESTE HA SIDO EL RAZONAMIENTO EGOÍSTA DE LA GRAN MAYORÍA DE LOS HOMBRES CARNALES A TRAVÉS DE TODAS LAS GENERACIONES PASADAS Y PRESENTES.

PERO, a la primera confrontación con las pruebas y las adversidades, como Adán nuestro padre primigenio, renunciamos a nuestra responsabilidad y escogemos a nuestras mujeres como los chivos expiatorios justificadores de nuestras cobardes claudicaciones.

Consecuentemente, arrastrados por la envidia y el rencor y el resentimiento para con nosotros mismos, como modernos Caínes, martirizamos al hermano o hermana que encuentra aceptación, benevolencia y gracia en Dios, por tener un corazón limpio y presentarle una total y abundante ofrende de su propio ser, hechos y acciones.

Y así, en esta forma, después de oprimir y abusar hasta de aquellos a los que consideramos como nuestros, terminamos por no considerar a los demás como los naturales recipientes de la fundamental y primaria responsabilidad de nuestra existencia.

Reflexionemos, meditemos y recapacitemos, de manera que podamos darnos cuenta y estar ciertos del hecho de que todo el amor y la ternura se arremolina alrededor de los niños.
Como las madres que susurran melodías y los cargan en sus brazos o sobre sus espaldas, tibiamente arropados en los típicos y protectores perrajes del amor ofrecido y compartido.



O como los ancianos, que, gradualmente, y esperanzadoramente con elegancia y gracia, a medida que se acerca el crepúsculo de sus vidas



Se vuelven como niños necesitados de amor, protección y apoyo



A medida que van recuperando la inocencia perdida,


matizada por las negativas experiencias de la vida, para así, nuevamente, aspirar a esperar como los niños el reflorecimiento de la vida.

Necesitamos que nuestra externa fortaleza aún con base en la experiencia, se transforme en la aparente debilidad y anticipación de la vida, que tan solo los niños poseen como el más preciado regalo en sus vidas que comienzan.

Solamente así podremos experimentar la verdadera naturaleza del amor. El amor que Dios había reservado para todos, en las personas de nuestros padres primigenios Adán y Eva.

En mi memoria hay dos imágenes indeleblemente impresas. Imágenes, que en mi corazón, mente y espíritu, encarnan la esencia del amor y la imagen de Dios.

Una es la de una joven indígena, caminando a lo largo de una solitaria carretera en el altiplano guatemalteco, con el pecho expuesto al aire frío, alimentando a su hijo,protegido del viento en su perraje, con la leche de la vida y la energía interna, sin reparar en, ni preocuparse por, cualquiera equivocada comprensión o curiosidad de los transeuntes o viajeros.

La otra es, también de otra joven indígena maya sentada en la cuneta de una acera de un bullicioso mercado, pero con una arrugada cara y cuerpo demacrado, al extremo de parecer un estropajo viviente, marcado por la rudeza de la vida, las vicisitudes y las pruebas.

Sostenía protectivamente en su regazo a un niño, que había llevado a su espalda y envuelto en su perraje. Este no solamente parecía minúsvalido sino más bien aún más viejo y arrugado que ella misma.

La joven mujer había comprado una bebida gaseosa, que le habían entregado en una bolsita plástica, y un pedazo de pan.

Con concentración absoluta mojaba el pan y lo masticaba hasta convertirlo en una pasta que al besar al niño le pasaba en forma tal que pudiera suavemente tragarla.

Por todo esto, y solamente en esta forma, podemos comprender en su contexto más completo la parábola humana del niños y la pareja de ancianos que veréis en los videos incluidos en esta entrada en el blog.

Ambos, mujeres y ancianos, incluyendo también a los niños, en cada caso son los extremos de la ecuación del amor, de la imagen y semejanza con Dios de cada ser humano, impresas indeleblemente, nuevamente por razón de su amor, en cada uno de nosotros.

Porque este es el natural y el sobrenatural destino de los hombres, las mujeres, los ancianos y los niños. El alcanzar la total comunión, silenciosa en su plenitud, con El, tan bellamente descrita en el compartir el alimento nutritivo que recibimos a lo largo de nuestro peregrinar en esta tierra.


CONTINUAD LEYENDO LAS ENTRADAS ANTERIORES PARA MEDITAR SOBRE EL SUBSIGUIENTE MENSAJE EN ESTA SERIE DE DIGRESIONES

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